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"La Solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo"

viernes, 16 de mayo de 2014

RECUERDO

                                           RECUERDO



Suscita en mí un extraño afán por escribir, por trazar algo que en mi memoria agradecida surge ante este aviso que invita a donar una historia, un relato personal, con fines benéficos. Es tal el reclamo que siento ansiedad a la hora de ponerme. Y es que son muchos los cuentos que podría rubricar en una etapa docente, muchas las crónicas de mis viajes y ricas descripciones ante tantas personas con la que el tiempo me enfrentó, con las que surgieron amistad y con las que, la confrontación planteó respeto y diálogo. La Puebla de Montalbán suscita una novela que, si bien está ya escrita, sus personajes siguen haciendo de las suyas por sus embrujadas calles.

Recuerdo, en aquellos primeros días, cuando despertaba en el autobús que me llevaba a La Puebla, aquellos mancebos que en pueblos limítrofes a Madrid se subían para descansar mientras la baba les delataba sus segundo sueños hasta los Institutos de Torrijos. Paco, un hombre amable que ya pregonaba jubilación, simpáticamente acoplaba a la gente y luego, una vez arrancado el vehículo, cobraba el billete. Y como ya le conocían todos los viajeros la conversación estaba asegurada. Rememoro aquellos personajes con los que la coincidencia del viaje forjó una efímera camaradería para hacer más corto el trayecto y entretener el tiempo.

Recuerdo, como a todas horas, El Paseo del Colesterol. Caminatas de arriba a abajo, de abajo a arriba, pequeñas excursiones con las que circunvalar el pueblo e ir conociendo a sus gentes. Días de frío y mucho calor. Días de lluvia y espanto. El Paseo del Colesterol siempre ha sido la mejor terapia para relajar tensiones, eliminar nervios y ejercitar las piernas. No hay palabras para tanto paso. De día, de noche, por la mañana o a cualquier hora. Me recuerdo estirando las piernas y rumiando algún percance. Hasta que la mente no quedaba filtrada y purificada por el aire y el sol no merecía la pena volver a casa.

Recuerdo aquel día en el que me introducía en la sociedad pueblana. Como un peregrino más tomé los pasos hacia San Blas en la explanada del Arrollo de las Cuevas y allí me encontré, como un flautista de Hamelím a toda la chusma que no había venido a clase y que jugaba por las ruinas de un edificio que bien parecía una vieja plaza de toros. Todos se alegraron al verme. Todos querían enseñarme la zona y no les importó alejarse de la protección maternal. Estamos con Gregorio. Aunque, para la inmensa mayoría, en aquellos días, yo era un desconocido total. Lo único que me unía al pueblo era el cariño de mis alumnos. Para conocer gente, y un poco más madura, me apunté a un gimnasio, y no para hacer músculo, sino para hacer amigos que la soledad es muy mala.

Recuerdo aquellos Sermos Medievales y los primeros Festivales Celestina. Una auténtica fiesta cultural. No había tiovivos, ni coches de choque, sino muchos payasos que querían revivir la fuente de sus entrañas y homenajear a una vecina que, dice, fue alcahueta, comadre, enredadora y muy chismosa. Por eso, por ser una celestina trotapalacios, embaucadora y avariciosa, el legado de su ingeniería manó de calles donde se teme a Dios y en callejones donde se honra a las brujas. La palabra Teatro empezó a escribirse con mayúscula y a sentirse con el corazón. Muchos, muchos recuerdo. Un gran regalo, un inmenso regalo para mí. Cómo salió corriendo mi sobrino cuando, por aquellos días de ensayo en las escuelas perdidas en las afueras y, cuyo nombre tanta gracia de hacía al referirme a ellas como los cagaeros, abriendo el cajón de los desastres surgían por los pelos las cabezas encartonadas de Pármeno y Sempronio.

Y ese es otro gran recuerdo, mi familia. Enamorados de La Puebla y sus melocotones, de la Celestina y sus titiriteros, los míos siempre se han sentido a gusto incluso cuando yo ya no estaba destinado en cargo, carga, rumbo y dirección pueblana. Pero ellos se sentían igualmente acogidos por el ambiente festivo y cultural de La Puebla de Montalbán.

Recuerdo, recuerdo, recuerdo. Muchos recuerdos en una memoria complacida por la experiencia vivida en el Colegio, con sus gentes , con sus costumbres y tradiciones. Recuerdos felices con la misión compartida de hacer del pueblo un nido mejor para vivir y proyectar su historia, sus monumentos, como sus hijos ilustres a todo ajeno a la obra pero que representa un papel importante en este pueblo . La Puebla de Montalbán te acoge para hacerte suyo y no soltarte porque parte de su orgullo está en el cariño a los demás.

Recuerdo... Gracias, Puebla, por tener un baúl, una cómoda y armarios llenos de recuerdos tuyos. El tesoro de una persona no está en los cuartos que lleva en el bolsillo sino en las reminiscencias con las que habla el corazón.

Gregorio Rivera Arellano.

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