Edificio

Edificio
"La Solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo"

miércoles, 14 de mayo de 2014

LA OCASIÓN NOS REGALA TODAS ESTAS JOYAS

 EL COCIDO

Era un olor especial el que al amanecer empezaba a salir de las casas de mi  pueblo, era el olor del socorrido cocido.
Casi en todas las casas tenían garbanzos, bien de su propia cosecha, comprados a las vecinas, o recogidos de los que quedaban tirados en el suelo, después de la recolección en las tierras sembradas de estas ricas legumbres.
Las mujeres el día antes hacían cola en la carnicería para comprar los apaños del cocido, "como ellas decían".
Un trocito de tocino, un cuarto de carne de oveja y un trocito de espinazo, las que en invierno habían matado el cerdo podían echar un pequeño chorizo que coloreaba el caldo. 
Por la noche se echaban los garbanzos en agua fresca con un poco de sal. 
A la mañana siguiente muy temprano, se avivaban los rescoldos que habían quedado en la lumbre el día anterior, con unos sarmientos y leña de la que cortaron a las olivas.
Se ponía el puchero con su tripa apoyada en ellos con todos los ingredientes que darían a luz un cocido riquísimo.
Al lado un puchero pequeño lleno de agua que se mantenía caliente para añadir cuando el cocido consumía su caldo.
Eran horas y horas, las que cocía al rescoldo de la lumbre, borboteando despacito y sin parar.
Durante toda la mañana el puchero era observado por algún miembro de la familia, para que no se pegase, para que cuando llegase la hora de la comida éste estuviese en su punto.
Ya al salir a la calle, el primer olor era el de los sarmientos de la lumbre y el del cocido soltando su agradable aroma.
Al pasar por la puerta se solía escuchar. 
─¿María ya has puesto el cocido?, ¡qué bien que güele!.
─Si ya lo he puesto bien trempano, que luego vienen tós con un hambre que pa′ que.
─Pues yo lo voy a poner ahora mismo, que ma′ entretenío la Juana.
─Mientras que se va cociendo me voy a por el agua al caño, dejaré a mi madre al cuidao por si se seca que le añada, no me fío de dejarle cociendo solo que luego en el caño hay mucha gente y no puedes ir con prisa.
─Pues cógeme la vez que ahora voy yo, tengo los cántaros secos y también quiero lavar unas cosas, tengo que aprovechar que no está cogío el barreñón, que esto de ser tantas vecinas es lo que tiene.
Mientras las vecinas acarrean agua y barren las puertas de sus casas, el cocido sigue cociendo con su ritmo parsimonioso, los garbanzos no dejan de ablandarse al calor de la lumbre.
La mañana va avanzando. Los viejos sentados en la puerta también huelen el cocido y comentan…. 
─¡Qué rico está el cocido Mariano y como güele!
─Yo le comío tó la vida y no me canso, cuando era chico mi madre me dejaba al cuidao pa′ que no se quedara sin caldo.
─Ahora le echan carne de oveja y chorizo, pero yo le comío na′ más que con tocino.
─Qué tiempos Mariano, cuánta hambre hemos pasao, gracias a los garbanzos y al pan duro pa′ la sopa hemos subío parriba.
─Y qué rico que nos sabía Pedro, tos los días comíamos lo mismo y nos sabía a gloria, igualito que ahora que tienen de to′.
─¡Fíjate lo que ha cambíao la vida que las mujeres tienen el caño en la plazuela, y antes tenían que ir a las minas del canillo!, y gracias a los pozos.
─Poreso riegan tanto la puerta que corren los regueros a tutiplén.

Mientras la conversación seguía y seguía, el cocido sin prisa pero sin pausa no dejaba de inundar la casa con su agradable olor.
Ya los niños empezaban a llegar de la escuela y en la calle se oía su algarabía.
 -─¡Madreeee! ¿está ya la comida? ¡Qué padre ya viene por la calle abajo y ma′ dicho que te diga que si tienes vino, o que si entra en ka′ el tío patatero a por un cuartillo!
─¡Pero si no tiene ande traerlo!, dile que cómo lo va a traer, ¡cómo no se lo meta en la fartiquera!.
─¡Madre! dice que  se le da la tía Manuela en una jarra y que luego se la lleva.
─¡Dile que ya lo he traído yo!…. ¡qué hombre éste, sólo pensando en el vino, podía pensar en el pan, pero no, sólo vino, vino, vino! 
Ya la mujer tiene la mesa puesta, preparado encima de la mesa están, la cuchara, un trapo para limpiarse todos, el pan duro que es sobrado de días anteriores y la fuente grande y redonda de porcelana que su madre la dió en el dote.
Junto al puchero (que está cociendo en la lumbre) y a las socorridas cucharas que reposan en el cucharero que está colgado en la pared, ahora tienen lo necesario para hacer ricos cocidos y poder comerlos.
Junto con el cucharero, adornan la cocina el basal y el almirecero, que sostiene el almirez reluciente de metal.
A la vez que servía para machacar en la cocina, también servía de instrumento y acompañaba a los que cantaban rodeados de familia en las placenteras noches de la Navidad.
Pero volvamos a nuestro cocido humeante y oloroso que ya está a punto de hacer su último viaje a la mesa.
La comida ya está preparada, y la madre desde la puerta de la calle llama a voces  a los niños que están jugando en la plazuela.

─¡¡Pedroooo, sus queréis bajar que ya está el cocido en la mesa!!...
─Estos muchachos que no se cansan de jugar, cagustito cuando están en la escuela, ¡anda que la den tormento a la maestra!.

Los abuelos que están sentados a la puerta la dicen:

─Pero mujer déjalos que son muchachos, ¿yastán las sopas? que me están sonando las tripas, que no he comío na′ ende que almorcé.
─a ver si viene este hombre cántrao en ca′ la Manuela a por una jarra de vino, dice que quedaba poco, ¡en cuanto venga comemos!.
Ya el padre entra por la puerta con la jarra de vino en la mano. 
─Anda Andrés date prisita que yastá el pan duro en la mesa pa′ que eches las sopas, y echa bastantes, que éstos están muertos de hambre, a este paso necesitamos una arroba de garbanzos.
─¡María tráete unas acetunas del cántaro que las de hogaño están mú guenas y mu duritas!, mira que pasé frio pa′ cogerlas.
─Pos las podías haber cogio tú, que no piensas na′ más que en el vino. 
El hombre con su vieja navaja en una mano y en la otra un pan duro hace trozos finos y pequeños del pan, éstos van cayendo a la fuente blanca y redonda de porcelana. 
Ya todos están sentados a la mesa, los abuelos, el pequeño Pedro y sus padres. Todos están deseando saborear el rico cocido, su caldo ablandará el pan duro que espera en la fuente blanca y ellos tendrán la suerte de saciar su hambre.
Todos ellos ya tienen sus correspondientes cucharas en la mano y con mucho apetito miran hacia el ennegrecido puchero que despide ese olor tan rico.
María echa con cuidado el caldo que está muy  caliente, en la fuente, deja el puchero  a un lado de la mesa  y sentándose en su silla coge la cuchara que la está esperando con impaciencia.

─María qué güeno está el cocido con la carne de oveja, el tocino y el chorizo de la matanza, no me canso nunca de comerle,
¿A  que si  padre?
─Pós si Andrés  que está mú rico. Igualito que antes namasque con un cacho tocino, y rancio, que salía el caldo más amarillo que las cañalejas, y con un regustillo raro.
─Padre los tiempos han cambiao y esperemos que sigan cambiando, por lo menos que no nos falten los garbanzos y el pan, aunque sea duro. 
Todos comen en la misma fuente, ya que, en estos tiempos que corren es la costumbre más habitual, que todos compartan el mismo plato y beban en la misma jarra o el mismo botijo.
Dejamos a nuestra  querida familia comiendo su sabroso cocido.
Y  aquí terminamos esta historia hecha con cariño  y desde lo más profundo de mi corazón.
--Soledad Barroso--   





RÍO TAJO

Río tajo, río tajo
Lo que me gustaba ver
Como los pescadores
Allí tiraban la red.

Terminaban la jornada
Y tenían que caminar
Con los trasmallos al hombro
Y sin poder descansar 

Llegaban al mono del puente   
Y tenían que mirar
Si estaban los de tricornio           
Y les podían multa



Eran tiempo muy difíciles
De hambre y necesidad 
Cuando llegaban a casa
Allí si podían descansar 
Para recupera fuerzas
Y al día siguiente

Empezar.
-Paquita Sanchez Rojas-




No hay comentarios:

Publicar un comentario