EL COCIDO
Era un olor especial el que al
amanecer empezaba a salir de las casas de mi
pueblo, era el olor del socorrido cocido.
Casi en todas las casas tenían
garbanzos, bien de su propia cosecha, comprados a las vecinas, o recogidos de
los que quedaban tirados en el suelo, después de la recolección en las tierras
sembradas de estas ricas legumbres.
Las mujeres el día antes hacían
cola en la carnicería para comprar los apaños del cocido, "como ellas
decían".
Un trocito de tocino, un cuarto
de carne de oveja y un trocito de espinazo, las que en invierno habían matado
el cerdo podían echar un pequeño chorizo que coloreaba el caldo.
Por la noche se echaban los
garbanzos en agua fresca con un poco de sal.
A la mañana siguiente muy
temprano, se avivaban los rescoldos que habían quedado en la lumbre el día
anterior, con unos sarmientos y leña de la que cortaron a las olivas.
Se ponía el puchero con su
tripa apoyada en ellos con todos los ingredientes que darían a luz un cocido
riquísimo.
Al lado un puchero pequeño
lleno de agua que se mantenía caliente para añadir cuando el cocido consumía su
caldo.
Eran horas y horas, las que
cocía al rescoldo de la lumbre, borboteando despacito y sin parar.
Durante toda la mañana el
puchero era observado por algún miembro de la familia, para que no se pegase,
para que cuando llegase la hora de la comida éste estuviese en su punto.
Ya al salir a la calle, el
primer olor era el de los sarmientos de la lumbre y el del cocido soltando su
agradable aroma.
Al pasar por la puerta se solía
escuchar.
─¿María ya has puesto el
cocido?, ¡qué bien que güele!.
─Si ya lo he puesto bien
trempano, que luego vienen tós con un hambre que pa′ que.
─Pues yo lo voy a poner ahora
mismo, que ma′ entretenío la Juana.
─Mientras que se va cociendo me
voy a por el agua al caño, dejaré a mi madre al cuidao por si se seca que le
añada, no me fío de dejarle cociendo solo que luego en el caño hay mucha gente
y no puedes ir con prisa.
─Pues cógeme la vez que ahora
voy yo, tengo los cántaros secos y también quiero lavar unas cosas, tengo que
aprovechar que no está cogío el barreñón, que esto de ser tantas vecinas es lo
que tiene.
Mientras las vecinas acarrean
agua y barren las puertas de sus casas, el cocido sigue cociendo con su ritmo
parsimonioso, los garbanzos no dejan de ablandarse al calor de la lumbre.
La mañana va avanzando. Los
viejos sentados en la puerta también huelen el cocido y comentan….
─¡Qué rico está el cocido
Mariano y como güele!
─Yo le comío tó la vida y no me
canso, cuando era chico mi madre me dejaba al cuidao pa′ que no se quedara sin
caldo.
─Ahora le echan carne de oveja
y chorizo, pero yo le comío na′ más que con tocino.
─Qué tiempos Mariano, cuánta
hambre hemos pasao, gracias a los garbanzos y al pan duro pa′ la sopa hemos subío
parriba.
─Y qué rico que nos sabía
Pedro, tos los días comíamos lo mismo y nos sabía a gloria, igualito que ahora
que tienen de to′.
─¡Fíjate lo que ha cambíao la
vida que las mujeres tienen el caño en la plazuela, y antes tenían que ir a las
minas del canillo!, y gracias a los pozos.
─Poreso riegan tanto la puerta
que corren los regueros a tutiplén.
Mientras la conversación seguía
y seguía, el cocido sin prisa pero sin pausa no dejaba de inundar la casa con
su agradable olor.
Ya los niños empezaban a llegar
de la escuela y en la calle se oía su algarabía.
-─¡Madreeee! ¿está ya la
comida? ¡Qué padre ya viene por la calle abajo y ma′ dicho que te diga que si
tienes vino, o que si entra en ka′ el tío patatero a por un cuartillo!
─¡Pero si no tiene ande traerlo!,
dile que cómo lo va a traer, ¡cómo no se lo meta en la fartiquera!.
─¡Madre! dice que se le da la tía Manuela en una jarra y que
luego se la lleva.
─¡Dile que ya lo he traído
yo!…. ¡qué hombre éste, sólo pensando en el vino, podía pensar en el pan, pero
no, sólo vino, vino, vino!
Ya la mujer tiene la mesa
puesta, preparado encima de la mesa están, la cuchara, un trapo para limpiarse
todos, el pan duro que es sobrado de días anteriores y la fuente grande y
redonda de porcelana que su madre la dió en el dote.
Junto al puchero (que está
cociendo en la lumbre) y a las socorridas cucharas que reposan en el cucharero
que está colgado en la pared, ahora tienen lo necesario para hacer ricos
cocidos y poder comerlos.
Junto con el cucharero, adornan
la cocina el basal y el almirecero, que sostiene el almirez reluciente de
metal.
A la vez que servía para
machacar en la cocina, también servía de instrumento y acompañaba a los que
cantaban rodeados de familia en las placenteras noches de la Navidad.
Pero volvamos a nuestro cocido
humeante y oloroso que ya está a punto de hacer su último viaje a la mesa.
La comida ya está preparada, y
la madre desde la puerta de la calle llama a voces a los niños que están jugando en la plazuela.
─¡¡Pedroooo, sus queréis bajar que
ya está el cocido en la mesa!!...
─Estos muchachos que no se
cansan de jugar, cagustito cuando están en la escuela, ¡anda que la den
tormento a la maestra!.
Los abuelos que están sentados
a la puerta la dicen:
─Pero mujer déjalos que son
muchachos, ¿yastán las sopas? que me están sonando las tripas, que no he comío
na′ ende que almorcé.
─a ver si viene este hombre
cántrao en ca′ la Manuela a por una jarra de vino, dice que quedaba poco, ¡en
cuanto venga comemos!.
Ya el padre entra por la puerta
con la jarra de vino en la mano.
─Anda Andrés date prisita que
yastá el pan duro en la mesa pa′ que eches las sopas, y echa bastantes, que
éstos están muertos de hambre, a este paso necesitamos una arroba de garbanzos.
─¡María tráete unas acetunas
del cántaro que las de hogaño están mú guenas y mu duritas!, mira que pasé frio
pa′ cogerlas.
─Pos las podías haber cogio tú,
que no piensas na′ más que en el vino.
El hombre con su vieja navaja
en una mano y en la otra un pan duro hace trozos finos y pequeños del pan,
éstos van cayendo a la fuente blanca y redonda de porcelana.
Ya todos están sentados a la
mesa, los abuelos, el pequeño Pedro y sus padres. Todos están deseando saborear
el rico cocido, su caldo ablandará el pan duro que espera en la fuente blanca y
ellos tendrán la suerte de saciar su hambre.
Todos ellos ya tienen sus
correspondientes cucharas en la mano y con mucho apetito miran hacia el
ennegrecido puchero que despide ese olor tan rico.
María echa con cuidado el caldo
que está muy caliente, en la fuente,
deja el puchero a un lado de la
mesa y sentándose en su silla coge la
cuchara que la está esperando con impaciencia.
─María qué güeno está el cocido
con la carne de oveja, el tocino y el chorizo de la matanza, no me canso nunca
de comerle,
¿A que si
padre?
─Pós si Andrés que está mú rico. Igualito que antes namasque
con un cacho tocino, y rancio, que salía el caldo más amarillo que las
cañalejas, y con un regustillo raro.
─Padre los tiempos han cambiao
y esperemos que sigan cambiando, por lo menos que no nos falten los garbanzos y
el pan, aunque sea duro.
Todos comen en la misma fuente,
ya que, en estos tiempos que corren es la costumbre más habitual, que todos
compartan el mismo plato y beban en la misma jarra o el mismo botijo.
Dejamos a nuestra querida familia comiendo su sabroso cocido.
Y aquí terminamos esta historia hecha con
cariño y desde lo más profundo de mi
corazón.
--Soledad Barroso--
RÍO TAJO
Río tajo, río tajo
Lo que me gustaba ver
Como los pescadores
Allí tiraban la red.
Terminaban la jornada
Y tenían que caminar
Con los trasmallos al hombro
Y sin poder descansar
Llegaban al mono del puente
Y tenían que mirar
Si estaban los de tricornio
Y les podían multa
Eran tiempo muy difíciles
De hambre y necesidad
Cuando llegaban a casa
Allí si podían descansar
Para recupera fuerzas
Y al día siguiente
Empezar.
-Paquita Sanchez Rojas-