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"La Solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo"

viernes, 30 de mayo de 2014

SOLIDARIDAD EN LA COCINA

Durante los últimos años, son bastantes los programas de cocina que dominan los rankings de audiencias en televisión. Nombrar a Carlos Arguiñano es nombrar al cocinero más veterano y conocido de cuantos aparecen actualmente en televisión; sin embargo, son los programas ‘Masterchef’ (miércoles a las 22:30 en TVE) y ‘Pesadilla en la Cocina’ (lunes a las 22:30 en La Sexta), dos de los programas más conocidos que han surgido recientemente para liderar esta fiebre por los programas de cocina.

En este sentido, conviene señalar que de la misma manera que son numerosos los restaurantes que han sucumbido a las críticas de Chicote, y muchos los chefs que no superan las expectativas de Jordi Cruz, Samantha Vallejo-Nágera y Pepe Rodríguez Rey (todos ellos jurado de Masterchef); cosa muy distinta sucedería con el equipo de cocina del comedor social de La Puebla de Montalbán. Aunque para ser sinceros, más que un equipo puede considerarse una auténtica familia.

De la misma manera que ‘Pesadilla en la Cocina’ deja en evidencia a muchos restaurantes mostrando al público sus vergüenzas en la cocina, Alberto Chicote no tendría más remedio que ensalzar la higiene y pulcritud de nuestro comedor social. La comida en mal estado y los utensilios de cocina sucios  que se amontonan en el fregadero de dichos restaurantes (algunos de ellos situados en pleno centro de ciudades como Madrid, Valencia y Barcelona), contrasta con la limpieza profesional que todas las cocineras del Comedor Social ejercen en la cocina, actuando con más rigor incluso que si estuviesen cocinando en las cocinas de sus hogares la paella del domingo para sus familias.



Los grandes restaurantes del mundo como el Noma de Copenhague o el Celler de Can Roca en Gerona, entre otros muchos  que dominan año a año los ranking más importantes de las biblias gastronómicas como La Guía Michelín, ahora tienen una nueva familia de cocineras en las que fijarse. Tal vez no aspiren a liderar un programa en prime time, ni si quiera a tener un asiento en el asiento de Masterchef y tampoco a ninguna estrella Michelín; pero sí podrían impartir una importante lección a los más reputados gurús de la cocina internacional: una lección de humildad, compañerismo y solidaridad. 






Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos de pan, dijo Sancho; pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced. Que mal lo entiendes, respondió Don Quijote: hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano: y esto se te hiciera cierto, si hubieras leído tantas historias como yo, que aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso, y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores. Y aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efecto eran hombres como nosotros, has de entender también que, andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces: así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto, ni quieras tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios.”.

Parte de la familia del Comedor Social terminando un Pisto Manchego


  

viernes, 16 de mayo de 2014

EL MAGO DE LA ILUSION

EL  MAGO DE LA ILUSIÓN


Una punzada de melancolía hace que rebusque entre los cajones de un mueble en busca de un viejo álbum de fotos manoseado. La nostalgia se abre paso,al mismo tiempo que abro la tapa y miro la primera hoja, y se asoman  ante mí los primeros recuerdos del pasado. Fotos en blanco y negro, algunas de ellas un poco agrietadas, remueven algo dentro de mí. Hay una, en especial, que me retrotrae en el tiempo, y de pronto, me visualizo muy pequeña, me veo agarrada de la mano de mis padres y andando por la plaza abarrotada de gente; una plaza, arrebatadoramente hermosa.
En el ambiente resuenan los acordes de la música de una orquesta que se encarga de amenizar esta noche de fiesta. Las parejas siguen con entusiasmo el  compás del ritmo de los pasodobles,  los árboles de fuegos  artificiales están preparados para ofrecernos el espectáculo pirotécnico del año: la pólvora, y las tómbolas exponen y ofrecen sus cachivaches al gentío. Es entonces cuando la veo, mi  mirada se dirige hacia una muñeca de pelo dorado y rizado, con un precioso vestido. Allí está, ocupando el lugar más visible de la tómbola, acostumbrada a ser el sueño de cada niña que se acerca a ella para mirarla, y a la espera de que una de ellas tenga la suerte de jugar con ella. Hago que mi padre compre un boleto con la impaciencia y la esperanza de estrecharla entre mis brazos, pero como siempre, no hay suerte y la desilusión se adueña de mí por unos momentos. Mi madre me dice “no pasa nada, el año que viene verás cómo tenemos más suerte” a lo que yo me encojo de hombros con un gesto de resignación en la cara y nos vamos alejando de la tómbola mientras la miro de reojo. 
A la salida del Túnel, hacia  la calle del Caño Grande, un revoltijo de suaves aromas de trufa,  coco,  almendras garrapiñadas,… me inunda la pituitaria en una retahíla de tenderetes expuestos a lo largo de los dos lados de la calle; algunas atracciones de feria hacen las delicias de los más jóvenes. Siempre me ha llamado la atención los gajos de coco, pero descubro con desencanto que su sabor no es lo que yo esperaba, así que volvemos hacia la plaza en busca de un sitio adecuado para poder ver la pólvora, que a eso de la media noche, inundará el cielo en una explosión de color.
Mientras recorremos la plaza, nos cruzamos con un señor, al que me es imposible ponerle alguna cara definida, pero si una sonrisa abierta. Va vestido impecablemente, con camisa blanca y pantalón gris. Colgada de su cuello tiene una máquina de retratar a la que lleva como si de una novia se tratara, con  gran delicadeza, y a la que acarician sus manos con verdadero mimo. De tanto tiempo llevarla colgada encima, ya parece que se ha convertido en una extensión de él mismo, un miembro más que posee el don de un gran poder: el poder de detener y capturar el tiempo en su diafragma. Deambula, de un lado a  otro, ofreciendo la pericia de su profesionalidad a la gente que se presta a ello  encantada, aprovechando la ocasión para  inmortalizar el momento. No todos los días uno se hace un retrato.
Al retratista le basta una mirada intuitiva, un leve reconocimiento, para tener la certeza de atrapar y plasmar con su objetivo el misterio de una mirada, la belleza de la lozanía, el peso de los años y el trabajo cargado sobre los hombros bajo el disfraz de sus mejores galas.
          Mis ojillos curiosos de niña lo observan siguiendo cada gesto, cada movimiento suyo, como hipnotizada por ese ritual que sigue escrupulosamente con cada individuo buscando lo más recóndito de su identidad.
          Me gusta ese aparato mágico que usa con tan suma habilidad. Para mí es eso, magia, porque solo la magia tiene el poder de perpetuar los recuerdos de la niñez, la juventud y sobre todo, la vida. Y por soñar, sueño que algún día, yo también tendría en mis manos ese cachivache, que donde con tan solo apretar un botón, el retratista se convertía en el mago de la ilusión.
 No le quito ojo, y de pronto, algo despierta su curiosidad. Se acerca con paso decidido mientras sigo hipnotizada por el artilugio, y antes de que me dé cuenta se encuentra, frente a nosotros, pidiendo permiso para hacerme un retrato. 
No sé qué es lo que pasa, pero en ese momento, todo el mundo desaparece y la música deja de sonar, solo veo al retratista a cámara lenta, siguiendo el ritual que tiene aprendido como en una nebulosa de un sueño, y unas mariposas agitadas me empiezan a revolotear en el estómago. Ahora, soy yo el centro de su atención, el reto de su objetivo. Hay poco espacio libre en la plaza para elegir un marco adecuado para el retrato, pero un trozo de tapia encalada con un enrejado bajo, sirven para ello, y para que también me recomponga de la sorpresa agarrándome a la reja con fuerza. El hombre de camisa blanca y pantalón gris lo vuelve a hacer, hace que me olvide de la cámara, detiene el tiempo y captura  la emoción del momento, en uno de los pocos  retratos que tengo de la época y que me gusta recordar con cariño.
Aquel hombre, fue el cronista de  unos años en blanco y negro. El mago de la ilusión que en su cajita mágica supo hacer prisionero un intervalo efímero de la vida.




Posdata: Este retratista se trata de Ángel Jiménez Villaluenga, apodado “el chulo”. Hombre polifacético, que no solo fue un gran fotógrafo sino que también fue taxidermista.

-Montserrat Calderón Martín-

RECUERDO

                                           RECUERDO



Suscita en mí un extraño afán por escribir, por trazar algo que en mi memoria agradecida surge ante este aviso que invita a donar una historia, un relato personal, con fines benéficos. Es tal el reclamo que siento ansiedad a la hora de ponerme. Y es que son muchos los cuentos que podría rubricar en una etapa docente, muchas las crónicas de mis viajes y ricas descripciones ante tantas personas con la que el tiempo me enfrentó, con las que surgieron amistad y con las que, la confrontación planteó respeto y diálogo. La Puebla de Montalbán suscita una novela que, si bien está ya escrita, sus personajes siguen haciendo de las suyas por sus embrujadas calles.

Recuerdo, en aquellos primeros días, cuando despertaba en el autobús que me llevaba a La Puebla, aquellos mancebos que en pueblos limítrofes a Madrid se subían para descansar mientras la baba les delataba sus segundo sueños hasta los Institutos de Torrijos. Paco, un hombre amable que ya pregonaba jubilación, simpáticamente acoplaba a la gente y luego, una vez arrancado el vehículo, cobraba el billete. Y como ya le conocían todos los viajeros la conversación estaba asegurada. Rememoro aquellos personajes con los que la coincidencia del viaje forjó una efímera camaradería para hacer más corto el trayecto y entretener el tiempo.

Recuerdo, como a todas horas, El Paseo del Colesterol. Caminatas de arriba a abajo, de abajo a arriba, pequeñas excursiones con las que circunvalar el pueblo e ir conociendo a sus gentes. Días de frío y mucho calor. Días de lluvia y espanto. El Paseo del Colesterol siempre ha sido la mejor terapia para relajar tensiones, eliminar nervios y ejercitar las piernas. No hay palabras para tanto paso. De día, de noche, por la mañana o a cualquier hora. Me recuerdo estirando las piernas y rumiando algún percance. Hasta que la mente no quedaba filtrada y purificada por el aire y el sol no merecía la pena volver a casa.

Recuerdo aquel día en el que me introducía en la sociedad pueblana. Como un peregrino más tomé los pasos hacia San Blas en la explanada del Arrollo de las Cuevas y allí me encontré, como un flautista de Hamelím a toda la chusma que no había venido a clase y que jugaba por las ruinas de un edificio que bien parecía una vieja plaza de toros. Todos se alegraron al verme. Todos querían enseñarme la zona y no les importó alejarse de la protección maternal. Estamos con Gregorio. Aunque, para la inmensa mayoría, en aquellos días, yo era un desconocido total. Lo único que me unía al pueblo era el cariño de mis alumnos. Para conocer gente, y un poco más madura, me apunté a un gimnasio, y no para hacer músculo, sino para hacer amigos que la soledad es muy mala.

Recuerdo aquellos Sermos Medievales y los primeros Festivales Celestina. Una auténtica fiesta cultural. No había tiovivos, ni coches de choque, sino muchos payasos que querían revivir la fuente de sus entrañas y homenajear a una vecina que, dice, fue alcahueta, comadre, enredadora y muy chismosa. Por eso, por ser una celestina trotapalacios, embaucadora y avariciosa, el legado de su ingeniería manó de calles donde se teme a Dios y en callejones donde se honra a las brujas. La palabra Teatro empezó a escribirse con mayúscula y a sentirse con el corazón. Muchos, muchos recuerdo. Un gran regalo, un inmenso regalo para mí. Cómo salió corriendo mi sobrino cuando, por aquellos días de ensayo en las escuelas perdidas en las afueras y, cuyo nombre tanta gracia de hacía al referirme a ellas como los cagaeros, abriendo el cajón de los desastres surgían por los pelos las cabezas encartonadas de Pármeno y Sempronio.

Y ese es otro gran recuerdo, mi familia. Enamorados de La Puebla y sus melocotones, de la Celestina y sus titiriteros, los míos siempre se han sentido a gusto incluso cuando yo ya no estaba destinado en cargo, carga, rumbo y dirección pueblana. Pero ellos se sentían igualmente acogidos por el ambiente festivo y cultural de La Puebla de Montalbán.

Recuerdo, recuerdo, recuerdo. Muchos recuerdos en una memoria complacida por la experiencia vivida en el Colegio, con sus gentes , con sus costumbres y tradiciones. Recuerdos felices con la misión compartida de hacer del pueblo un nido mejor para vivir y proyectar su historia, sus monumentos, como sus hijos ilustres a todo ajeno a la obra pero que representa un papel importante en este pueblo . La Puebla de Montalbán te acoge para hacerte suyo y no soltarte porque parte de su orgullo está en el cariño a los demás.

Recuerdo... Gracias, Puebla, por tener un baúl, una cómoda y armarios llenos de recuerdos tuyos. El tesoro de una persona no está en los cuartos que lleva en el bolsillo sino en las reminiscencias con las que habla el corazón.

Gregorio Rivera Arellano.

TIEMPOS DE CELESTINA


    
      Puebla arropada por el manto de Celestina
que en sus cuevas guarda historias vivas
Puebla que en sus entrañas guarda
secretos.
secretos de judíos secretos viejos.

Años oscuros, tenebrosos de horror
donde todo era pecado, donde todo era  
dolor.
                   Rezuman las paredes agua de pozos
que ablandan sus huesos poquito a poco.

Como animales en madrigueras
se arrastran por las cuevas muertos de       
pena.
                   Mucho aprendieron de su cultura
y ahora viven en sepulturas.

Sepulturas que antes fueran despensas
donde se guardaban, quizás riquezas
no sólo de oro, incienso y mirra
sino de tocino, vino y harina.

Pueblo azotado por grandes hombres
que sin mirar a Dios usan su nombre
tiempos de penuria y podredumbre
donde sólo unos pocos tienen techumbre.

Apoyados en fuego que purifica
quitaron muchas vidas puras y limpias
nombrando a Dios, crearon miedo
entre sombras y dudas, muchos cayeron.

Pueblo donde viven algunas brujas
mujeres sin duda muy poco pulcras
con ungüentos, rezos y letanías
conseguían almuerzo al medio día.

Entre brujas, judíos y algún noble
mancharon de sangre sus uniformes
uniformes santos y consagrados
que dolor y ruina habían sembrado.

Cuántos recuerdos guardan tus calles
de piedras alfombradas, bellos pasajes
pasearon Calixtos de alta alcurnia
que veían la Villa tan solo suya.

Sus vestidos lujosos paseaban ellas
dulces Melibeas, bellas y tiernas,
rodeadas de lujos y de criadas
no vieron la pobreza que otros pasaban.

Brujas Celestinas, viejas y pobres
que con sus mañas, vencían a Nobles
con sus artimañas los engañaron
y a la vez con sus vidas ellas pagaron.

Si cojo mi pluma y un pergamino
Fernando me habla junto a mi oído
Fernando de Rojas gran escritor
para mí fue siempre gran profesor.

                  Dejaste escritas tantas vivencias
que leer tu libro abre las puertas,
cuántos atropellos, cuánta pobreza
de cuerpo, alma e inteligencia. 

La huerta de mollejas tú paseabas
y en altas higueras te columpiabas
mitigabas tu hambre con sus viandas
que con manos de niño tú acariciabas.

Puebla de cuevas y casas blancas
de secretos enterrados ya sin mortaja
Puebla de Templarios y  caballeros
Castillos y Templos con grandes fueros.

Reyes coronados pisaron tus calles
buscando a su amada sin inmutarse
dejando desposada, después de casar
busca a su María en este lugar.

María de Padilla que hermoso nombre
nombre de mujer sencillo y enorme
Pueblana Ilustre, amante de Rey
al que volvió loco fuera de la ley.

Torre vieja y fuerte con su gran altura
siempre vigilante, mira con dulzura
mira a los Puéblanos y con amargura,
ve pasar la historia fría, oscura, y dura. 

                   Recuerdos que siempre ella guardara
en sus fuertes muros con fidelidad
Judíos, brujas, Nobles, y gentes sencillas
que al final son todos, una gran familia.


                              --Soledad Barroso García-- 

SEGUIMOS CON LAS HISTORIAS

Que rico estofadito  se preparó ayer, y para que no nos sepa a poco, lo aderecemos además con los relatos del concurso

SOY PAQUITA Y ESTA ES MI HISTORIA

Soy hija de pescador, mi padre y su hermano pescaban juntos y, la temporada de verano nos íbamos a vivir a la orilla del río. Nos bajábamos las dos familias. Hoy se diría, ir de camping.
Muchas gentes no saben lo que es despertarse y disfrutar de ese olor a naturaleza pura.
La vida que hacíamos era jugar y hacer figuritas de barro y ponerlas a secar para formar nuestras casitas, y nos hacíamos nuestras muñecas de trapo.
Las hacíamos los vestiditos nosotras mismas, esos eran nuestros juguetes. Mi primo y mi hermano fugaban a la peonza. Pasábamos mucho tiempo solos porque mi madre y mi tía se subían al pueblo a vender los peces que habían pescado el día anterior, y nos contaban lo que decían, ¡¡peces vivos mujeres, que tenéis que preparar el almuerzo a los maridos que se van a trabajar!! Eran las historias que  nos contaban y los chascarrillos que las decía las mujeres, como que, “eran la alegría del amanecer la voz de las pescaderas.”.
Sabes lo que recuerdo con mucho cariño la amistad que tenían con los vecinos que allí tenían. Cerca estaban las huertas de Fausto y Julián.
A la hora de la comida o la cena bajaban con sandías, melones y hortalizas que ellos tenían y mis padres les daban peces.
Una cosa que recuerdo es como sabíamos cuando era domingo, ese día mi madre nos compraba chocolate para merendar, ese chocolate era marca Colino, y mi padre nos daba un paseo en barca.
Una cosa muy divertida era cuando se acababa la temporada de verano. Mi otro tío bajaba con su familia a comer el guiso de peces que era lo típico de antaño, hacer el guiso a la orilla del río hecho por los pescadores. Allí se comía y se bebía hasta que se iba la luz, luego ya sin luz empezaban a cantar que ellos lo hacían muy bien y una coplilla que no se me olvida es…
Asómate a la puerta a ver quien pasa. Niña los pescadores ya van pa casa
Si te preguntan quién eres responde con alta voz .Las familias pescadoras con más salero que el sol.
-Paquita Sanchez Rojas-



RECUERDOS DE MI NIÑEZ

Tengo recuerdos de mi niñez muy bonitos y los recuerdo con nostalgia.
Yo he vivido siempre en la calle del Alamillo que va desde la Cé a San José. Era una calle muy concurrida, pues por allí pasaban todos los domingos al futbol las gentes a las que las gustaba, y aseguro que subía muchísima gente.
También yo con mis amigas íbamos, pero no teníamos dinero,  siempre estábamos a ver si nos podíamos colar sin pagar. También entre semana en San José a las tres de la tarde tocaban la campana a los gozos y, subía mucha gente con sus sillitas, y muchas, con macetas de algarrobas y alelíes para el santo.
Pero no se me puede pasar la procesión que también pasaba por mi calle. Cuando iban dando la comunión a los enfermos, que bonito lo ponían todo, el altar que cada mujer ponía en su casa y, antes de todo esto las mujeres ya habían trabajado muchísimo para jalbegar los patios, y las fachadas de las puertas. Ponían sus colchas y sus mejores mantones colgados en sus ventanas y, altares de cada una de las casas.
En mi calle había una cieguecita que siempre la daban la comunión y yo corría a su casa para verlo.
Bueno eran distracciones que teníamos entonces y que ahora las recordamos con mucho cariño. Los domingos yo me iba a la plaza con mis amigas y nos comprábamos castañas asadas de la tía María, tostones y pipas de la tía Justa que vivía en el ayuntamiento.
Y así pasábamos la tarde jugando en la plaza y la Soledad. Entre semana yo estaba casi siempre en la Cé, en casa de mi tía Jacinta, ella no tenía hijos a me quiso aporijar. Pero yo recuerdo que cuando podía me iba a mi casa, pero la recuerdo con mucho cariño, pues allí también tengo muchas cosas que siempre recordare con ternura y nostalgia.
Cuando venia mi tío del campo teníamos el agua al sol en un lebrillo para que se lavase los pies y, un caldo del cocido con un huevo, a mi me mandaba donde Venancio a comprar. En la Ce había muchas tiendas y tabernas donde los hombres cuando venían del campo entraban a tomarse su vinito. La Cé estaba siempre con gente, sin contar por las mañanas los puestos de mujeres que se ponían con cosas del huerto, tomates, pimientos, judías, patatas y toda clase de verduras, sin dejar atrás a las mujeres con sus cestas de peces y sus romanas, diciéndolas: Ten cuidao no  adelantes la romano que luego cuando llegue a mi casa los voy a pesar.
─ Anda toma uno para que te calles, luego dices que no te los peso bien, lo que tenias que hacer era llevarte todos y te los ponía baratos, que estos peces te aguantan hasta el sábado que venga tu marido, veras como le gustan.
─Bueno anda ya me has engañao hoy.
─¿Y las anguilas qué precio tienen?
 ─¿Bueno las anguilas hay pocas y cuando las traen...claro se las comen los más pudientes.
─Bueno Justa con estos peces yo tengo bastante, y gracias por ser tan generosa.
Y así transcurría mi niñez con la fada de tablas, dos trenzas y corriendo y brincando de una casa a otra. También iba al colegio de la señorita Julia, recuerdo que tenía una virgen en la escalera que la teníamos que besar siempre que subíamos a clase.
Yo creo que fui una niña feliz. Deseo que todos los niños del mundo lo fuesen también pues ser niños es lo más bonito e inocente.
-Pilar de la Rosa Vazquez-

jueves, 15 de mayo de 2014

CONCLUIMOS HOY CON DOS HISTORIAS MAS

LA PUEBLA DE LOS SESENTA


Me acuerdo yo de la Puebla
Allá en los años sesenta
Los hombres iban al campo
Andando o en bicicleta,
Cuando iban los segadores
Con sus hoces afiladas
Para segar esos trigos
Como también las cebadas,
Salían muy tempranito
A eso del amanecer
Y llevaban un botijo

Con agua para beber,
Le ponían a la sombra
De un poco mies que segaban
Y así no dándole el sol
El agua más fresca estaba,
Seis segadores segaban
Otro cogía la mies
Le llamaban el atero
Los haces los hacia el
Los ataban con iscales
Que las mujeres hacían
Los hacían con esparto
Que del campo se traían
Las mujeres también iban



A segar las algarrobas
Que después hacían gavillas
Enredando unas con otras
Los guisantes y tomates
También ellas los cortaban
Y cogían las aceitunas
Que los hombres vareaban,
Después cuando se venían
Al terminar la jornada
Tenían que hacerla cena.
-Juan Jose Tarifa-


MI NIÑEZ

Yo sagrario, nací en la puebla el 4 de junio  de 1948.
Soy la segunda de cinco hermanos, con lo cual niñera de los tres pequeños. Recuerdo  cuando venían aquellos titiriteros por las calles con una cabra y un tambor, me tire toda la tarde detrás de ellos con mi hermana pequeña en barrancones en la cadera hasta que se durmió.
Vivíamos en el molino, había un patio muy grande y allí teníamos casi de todo para jugar. Las muchachas dibujábamos grandes truques donde jugábamos, teníamos cada una nuestra china de la suerte.
Jugábamos a la soga, al escondite, a caena y cantábamos bonita canciones en cada fuego. Cuando llegaba la primavera, como había tantas amapolas y flores silvestres, hacíamos collares muy bonitos, tejíamos las malvas haciendo vestidos de novias y trajes para todos, y mucho teatro. Tengo muy buenos recuerdos y grandes amigos de mi niñez.
Fui a la escuela de la señorita Julia, con ocho años junto a mis compañeras de clase hice mi primera comunión en el convento de los frailes, me acuerdo de llevar un vestidito corto, otras lo llevaban largo pero no me sentía inferior pues entonces era así, ojala todos los niños de la tierra pudieran contar cosas parecidas, pues antes ahora y siempre los niños, son niños.
También me viene  a la memoria, algunas navidades vividas en distintas etapas de mi vida.
Cuando eres niño la vives con ilusión e inocencia sin saber nada de marcas de juguetes, nos conformábamos con cualquier cacharro o muñeca de cartón, o con una naranja, jugando a ala pelota con ella, claro.
No teníamos televisión que nos anunciara tanta variedad y tan bonitos regalos, aunque para jugar antes como ahora cualquier cosa vale, pues los niños son niños.
Cuando eres joven las ilusiones son otras, como comprarte ropa, salir, ponerte guapa, pasarlo bien con tu pandilla, sobre todo si tenías novio, como lo llamábamos antes.
Cuando llegaba el día 31 íbamos al baila de invitación, que yo no sé que tenia eso de invitación, pues nadie te invitaba, solo era un lleno de gente de todas las edades, bailando, eso sí, agarrados cada uno con su pareja, si tenias o, a esperar a un chico te sacara a bailar, o bailabas con una amiga, pero lo pasábamos muy bien.
Cuando ya tienes cierta edad es otra cosa, si eres madre como yo, consultas ¿qué cenamos, donde nos reunimos cuántos somos? Pues cuando los hijos se casan como nos pasó a nosotros hay que compartir una cena en una casa y, la otra, en otra.
Comprendo que cada casa es un mundo, pero en mi casa nos reunimos, aparte de mis hermanos sobrinos y mis padres, unos años en una casa y otros en otra, y con la otra parte de la familia nos llamamos deseándonos lo mejor.
La navidad es tiempo para amar, para soñar para compartir. Nos nacen momentos de ternura, momentos de querer abrazar, de besar, de dar, de querer recibir.
La navidad es solidaridad y compartir recuerdos.
Mi madre nos cuenta historias que en sus tiempos ocurrían.
Que en muchos hogares esa noche ni siquiera pan tenían pero siempre había alguien que aunque fuera un poco de arroz y un cacho de bacalao a sus casas les traía. Que luego salían cantando casi siempre en cuadrillas y en casas que tienen lumbre se reunían o iban a misa del gallo toda la familia.
Hoy de eso nos reímos, preferimos ir de copas o ir de casa rural, o decir ¡vaya precio tiene la langosta o el caviar!, que no sé ni cómo se escribe, pues no lo he comido jamás.
Si he comido huevas de peces, que bien ricas están, o como nos dice la tele, angulas del norte, que parecen plexiglás.
Entre noviembre y diciembre hacíamos la matanza y luego con las mantecas y varios ingredientes más, hacíamos bollitos clásicos de navidad. Mea cuerdo cuando era niña y llegaban esos días, como no hacíamos no hacíamos deberes ni nada, quería ir con mi madre para poderla ayudar. Yo rallaba los limones y me chupaba los dedos, que me gustaba más que jugar.
Me acuerdo de muchas cosas, pero voy a terminar elaborando entre todos un buen postre, que aunque estemos en crisis, sobre todo estos días, no nos debería de faltar.
Ingredientes que vamos a necesitar:
Un poco de nuestro tiempo.
Paciencia ponemos más.
Pondremos cariño, azúcar  y poquitín de sal.
Entre hombres y mujeres lo deberíamos amasar, y el postre se llamaría: SOLIDARIDAD…
-Sagrario Martín Urda-

miércoles, 14 de mayo de 2014

LA OCASIÓN NOS REGALA TODAS ESTAS JOYAS

 EL COCIDO

Era un olor especial el que al amanecer empezaba a salir de las casas de mi  pueblo, era el olor del socorrido cocido.
Casi en todas las casas tenían garbanzos, bien de su propia cosecha, comprados a las vecinas, o recogidos de los que quedaban tirados en el suelo, después de la recolección en las tierras sembradas de estas ricas legumbres.
Las mujeres el día antes hacían cola en la carnicería para comprar los apaños del cocido, "como ellas decían".
Un trocito de tocino, un cuarto de carne de oveja y un trocito de espinazo, las que en invierno habían matado el cerdo podían echar un pequeño chorizo que coloreaba el caldo. 
Por la noche se echaban los garbanzos en agua fresca con un poco de sal. 
A la mañana siguiente muy temprano, se avivaban los rescoldos que habían quedado en la lumbre el día anterior, con unos sarmientos y leña de la que cortaron a las olivas.
Se ponía el puchero con su tripa apoyada en ellos con todos los ingredientes que darían a luz un cocido riquísimo.
Al lado un puchero pequeño lleno de agua que se mantenía caliente para añadir cuando el cocido consumía su caldo.
Eran horas y horas, las que cocía al rescoldo de la lumbre, borboteando despacito y sin parar.
Durante toda la mañana el puchero era observado por algún miembro de la familia, para que no se pegase, para que cuando llegase la hora de la comida éste estuviese en su punto.
Ya al salir a la calle, el primer olor era el de los sarmientos de la lumbre y el del cocido soltando su agradable aroma.
Al pasar por la puerta se solía escuchar. 
─¿María ya has puesto el cocido?, ¡qué bien que güele!.
─Si ya lo he puesto bien trempano, que luego vienen tós con un hambre que pa′ que.
─Pues yo lo voy a poner ahora mismo, que ma′ entretenío la Juana.
─Mientras que se va cociendo me voy a por el agua al caño, dejaré a mi madre al cuidao por si se seca que le añada, no me fío de dejarle cociendo solo que luego en el caño hay mucha gente y no puedes ir con prisa.
─Pues cógeme la vez que ahora voy yo, tengo los cántaros secos y también quiero lavar unas cosas, tengo que aprovechar que no está cogío el barreñón, que esto de ser tantas vecinas es lo que tiene.
Mientras las vecinas acarrean agua y barren las puertas de sus casas, el cocido sigue cociendo con su ritmo parsimonioso, los garbanzos no dejan de ablandarse al calor de la lumbre.
La mañana va avanzando. Los viejos sentados en la puerta también huelen el cocido y comentan…. 
─¡Qué rico está el cocido Mariano y como güele!
─Yo le comío tó la vida y no me canso, cuando era chico mi madre me dejaba al cuidao pa′ que no se quedara sin caldo.
─Ahora le echan carne de oveja y chorizo, pero yo le comío na′ más que con tocino.
─Qué tiempos Mariano, cuánta hambre hemos pasao, gracias a los garbanzos y al pan duro pa′ la sopa hemos subío parriba.
─Y qué rico que nos sabía Pedro, tos los días comíamos lo mismo y nos sabía a gloria, igualito que ahora que tienen de to′.
─¡Fíjate lo que ha cambíao la vida que las mujeres tienen el caño en la plazuela, y antes tenían que ir a las minas del canillo!, y gracias a los pozos.
─Poreso riegan tanto la puerta que corren los regueros a tutiplén.

Mientras la conversación seguía y seguía, el cocido sin prisa pero sin pausa no dejaba de inundar la casa con su agradable olor.
Ya los niños empezaban a llegar de la escuela y en la calle se oía su algarabía.
 -─¡Madreeee! ¿está ya la comida? ¡Qué padre ya viene por la calle abajo y ma′ dicho que te diga que si tienes vino, o que si entra en ka′ el tío patatero a por un cuartillo!
─¡Pero si no tiene ande traerlo!, dile que cómo lo va a traer, ¡cómo no se lo meta en la fartiquera!.
─¡Madre! dice que  se le da la tía Manuela en una jarra y que luego se la lleva.
─¡Dile que ya lo he traído yo!…. ¡qué hombre éste, sólo pensando en el vino, podía pensar en el pan, pero no, sólo vino, vino, vino! 
Ya la mujer tiene la mesa puesta, preparado encima de la mesa están, la cuchara, un trapo para limpiarse todos, el pan duro que es sobrado de días anteriores y la fuente grande y redonda de porcelana que su madre la dió en el dote.
Junto al puchero (que está cociendo en la lumbre) y a las socorridas cucharas que reposan en el cucharero que está colgado en la pared, ahora tienen lo necesario para hacer ricos cocidos y poder comerlos.
Junto con el cucharero, adornan la cocina el basal y el almirecero, que sostiene el almirez reluciente de metal.
A la vez que servía para machacar en la cocina, también servía de instrumento y acompañaba a los que cantaban rodeados de familia en las placenteras noches de la Navidad.
Pero volvamos a nuestro cocido humeante y oloroso que ya está a punto de hacer su último viaje a la mesa.
La comida ya está preparada, y la madre desde la puerta de la calle llama a voces  a los niños que están jugando en la plazuela.

─¡¡Pedroooo, sus queréis bajar que ya está el cocido en la mesa!!...
─Estos muchachos que no se cansan de jugar, cagustito cuando están en la escuela, ¡anda que la den tormento a la maestra!.

Los abuelos que están sentados a la puerta la dicen:

─Pero mujer déjalos que son muchachos, ¿yastán las sopas? que me están sonando las tripas, que no he comío na′ ende que almorcé.
─a ver si viene este hombre cántrao en ca′ la Manuela a por una jarra de vino, dice que quedaba poco, ¡en cuanto venga comemos!.
Ya el padre entra por la puerta con la jarra de vino en la mano. 
─Anda Andrés date prisita que yastá el pan duro en la mesa pa′ que eches las sopas, y echa bastantes, que éstos están muertos de hambre, a este paso necesitamos una arroba de garbanzos.
─¡María tráete unas acetunas del cántaro que las de hogaño están mú guenas y mu duritas!, mira que pasé frio pa′ cogerlas.
─Pos las podías haber cogio tú, que no piensas na′ más que en el vino. 
El hombre con su vieja navaja en una mano y en la otra un pan duro hace trozos finos y pequeños del pan, éstos van cayendo a la fuente blanca y redonda de porcelana. 
Ya todos están sentados a la mesa, los abuelos, el pequeño Pedro y sus padres. Todos están deseando saborear el rico cocido, su caldo ablandará el pan duro que espera en la fuente blanca y ellos tendrán la suerte de saciar su hambre.
Todos ellos ya tienen sus correspondientes cucharas en la mano y con mucho apetito miran hacia el ennegrecido puchero que despide ese olor tan rico.
María echa con cuidado el caldo que está muy  caliente, en la fuente, deja el puchero  a un lado de la mesa  y sentándose en su silla coge la cuchara que la está esperando con impaciencia.

─María qué güeno está el cocido con la carne de oveja, el tocino y el chorizo de la matanza, no me canso nunca de comerle,
¿A  que si  padre?
─Pós si Andrés  que está mú rico. Igualito que antes namasque con un cacho tocino, y rancio, que salía el caldo más amarillo que las cañalejas, y con un regustillo raro.
─Padre los tiempos han cambiao y esperemos que sigan cambiando, por lo menos que no nos falten los garbanzos y el pan, aunque sea duro. 
Todos comen en la misma fuente, ya que, en estos tiempos que corren es la costumbre más habitual, que todos compartan el mismo plato y beban en la misma jarra o el mismo botijo.
Dejamos a nuestra  querida familia comiendo su sabroso cocido.
Y  aquí terminamos esta historia hecha con cariño  y desde lo más profundo de mi corazón.
--Soledad Barroso--   





RÍO TAJO

Río tajo, río tajo
Lo que me gustaba ver
Como los pescadores
Allí tiraban la red.

Terminaban la jornada
Y tenían que caminar
Con los trasmallos al hombro
Y sin poder descansar 

Llegaban al mono del puente   
Y tenían que mirar
Si estaban los de tricornio           
Y les podían multa



Eran tiempo muy difíciles
De hambre y necesidad 
Cuando llegaban a casa
Allí si podían descansar 
Para recupera fuerzas
Y al día siguiente

Empezar.
-Paquita Sanchez Rojas-